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ANÉCDOTAS DE SANTOS

Anécdota n°6

San Francisco de Asís - ¿Por qué a ti?

San Francisco de Asís

En cierta ocasión, morando San Francisco en el convento de la Porciúncula con fray Maseo de Marignano, hombre de grande santidad, discreción y gracia para hablar de Dios, por lo que era muy amado del Santo, un día que éste venía de orar en la selva, quiso el dicho fray Maseo probar su humildad y haciéndosele encontradizo a la salida del bosque, le dijo casi reprendiéndolo:

- ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti?

- ¿Qué es lo que quieres decir con eso? - preguntó San Francisco.

- Digo por qué todo el mundo viene en pos de ti, y parece que todos ansían verte, oírte y obedecerte. Tú no eres hermoso de cuerpo, tú no tienes gran ciencia, no eres noble. ¿De dónde te viene, pues, que todo el mundo vaya en pos de ti?

San Francisco, vivamente regocijado, levantó el rostro al cielo y estuvo grande espacio con la mente suspensa en Dios; luego, volviendo en sí, se arrodilló y alabó y dio gracias al Señor, después, con gran fervor de espíritu, se volvió a fray Maseo diciendo:

- ¿Quieres saber de dónde a mí? ¿Quieres saber de dónde a mí? ¿Quieres saber de dónde a mí, que todo el mundo venga en pos de mi? Pues esto me viene de los ojos del altísimo Dios que en todas partes contemplan a buenos y malos; porque aquellos ojos santísimos no han visto entre pecadores ninguno más vil, ni más inútil, ni más grande pecador que yo; no habiendo encontrado sobre la tierra criatura más vil para la obra maravillosa que se propone hacer, me escogió a mí para confundir la nobleza y la grandeza, y la belleza y la fortaleza, y la sabiduría del mundo, a fin de que se conozca que toda virtud y todo bien procede de Él y no de la criatura, y ninguno pueda gloriarse en su presencia, sino que quien se gloría, se gloríe en el Señor, al cual sea toda la honra y la gloria por siempre.

Fray Maseo quedó asombrado de oír tan humilde respuesta, dicha con tan gran fervor; y conoció con certeza que San Francisco estaba fundado en verdadera humildad.

 

 

“La soberbia hace su voluntad, la humildad hace la voluntad de Dios” (San Agustín)

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