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ANÉCDOTAS DE SANTOS


Beato Cura Brochero

Cura Brochero

(Ver frases del Cura Brochero)

 

 

Un buen pasto para rumiar

La gente se lamentaba de su mal (la lepra), y él dijo que estaba mejor para meditar piadosamente en las cosas de nuestro Señor…, incluso, cuando estaba ciego, yo misma le leía. Cuando terminaba la lectura, me agradecía diciéndome:

    -    Muchas gracias, hermana Lucía, ya tengo pasto para rumiar todo el día…

 

Peor que la lepra...

En cierta ocasión un hombre le dijo al cura Brochero, luego de que este visitara a un enfermo de lepra.

    -    Señor Cura, no se exponga tanto a enfermarse... mire que vale más su vida que la de ese hombre. Ya lo ha confesado, déjelo que muera en paz.
    -    ¡Caray, que habías sido bárbaro! Si la lepra no vale nada... Si Dios quiere, ni el diablo me ha de contagiar. La lepra hedionda es la de adentro, y esa no se pega, esa se lava con la caridad.
    -    Pero exponerse, sin necesidad… refregándose con el leproso…
    -    ¡Déjate de zonzeras! ¿No mandas tú a tus hijas al baile a que se refrieguen con esos calaveritas que vienen de la ciudad? ¡Eso es peor que la lepra!

 

Viveza criolla

En cierta ocasión, había una diferencia entre dos vecinos, motivada por la tenencia de un potrillo. Cada uno de los cuales alegaba el derecho de propiedad… Para dilucidar el caso y hacer la paz entre los vecinos, el cura Brochero les pidió a cada uno que trajeran al patio de la casa parroquial las yeguas de su propiedad y el potrillo en litigio, citando, además, a otro vecino que había seducido a una muchacha que había dado a luz a un hijo. Ubicando a cada uno de los litigantes en puestos distantes del patio con sus respectivas yeguas, pidió al vecino seductor que se ubicase en el medio, teniendo el potrillo en discordia y posteriormente dio órdenes de soltar las yeguas, una de las cuales quedó pastando, cerca de donde estaba ubicada, mientras que la otra corrió a acariciar el potrillo. En presencia de lo cual, el Cura estableció cuál era la verdadera madre del potrillo en litigio. Y, después de amonestar a quien había pretendido apropiarse ilícitamente del animalito, pidió al tercer vecino que lo acompañara a otro lugar, donde, hablando a solas con él, le preguntó si se había dado cuenta de lo que había hecho la madre del potrillo, y, ante el asentimiento de aquel, indicando que había reconocido al hijo, le manifestó que tenía que hacer lo mismo respecto del hijo de la mujer que él había seducido, y, frente a las reticencias de éste, le manifestó:

    -    Hijo, tú no puedes ser más animal que la yegua que ha reconocido a su propio hijo, y, por lo tanto, tú debes proceder de idéntica manera y normalizar tu vida casándote, para lo cual yo mismo te ofrezco la ayuda que tú necesites.

 

Santas palabrotas

Cierta vez, un sacerdote joven le predicaba a los gauchos, y el cura Brochero asistía a la plática. El predicador trataba de mover el corazón de sus oyentes:

    -    Acércate hijo mío a esa Cruz, y contempla cómo está lastimado Jesucristo sufriendo por tus pecados.

Los paisanos oían como quien oye llover. Cuando el padre terminó, Brochero le hizo una seña y le cuchicheó al oído:

    -    Padre, ¡mis paisanos no le entienden! ¡Mire qué cara de bozales tienen! Déjeme a mí predicarles la segunda parte.

El jesuita asintió con gusto. Brochero dijo lo siguiente:

    -    Mira hijo lo jodido que está Jesucristo, saltados los dientes y chorreando sangre. Mira la cabeza rajada y con espinas. Por ti que sacas la oveja al vecino. Por ti tiene jodidos y rotos los labios. ¡Qué jodido lo has dejado con los pies abiertos con clavos, tú que perjuras y odias.

Estas “palabrotas” penetraban en el corazón de los paisanos que al poco rato se enternecían y empezaban a sollozar.

 

Desgranando rosarios

Al final de su vida, ya estando ciego y leproso, el cura Brochero decía:

    -    ;Aquí me la paso desgranando rosarios...

Solía rezar, de memoria, la Misa en honor a la Virgen María, quien era para él, “la Purísima”...

 

 

Si allí hay un alma...

En la salida del Tránsito (donde vivía Brochero) a Pocho vivía un leproso. Era éste de tan mala condición y hablar que nadie se arrimaba para no oírle los insultos y blasfemias.
Brochero, con todo, no temía visitarlo. Le llevaba ropas y alimentos, y hasta se supo que tomaba mate con él. Lo disuadían para que no lo visitara, pero Brochero contestaba con gracia:

    -    Pero, por favor; si allí hay un alma...

Al final, lo confesó y le llevó la santa comunión. El leproso murió en sus brazos, resignado como un santo.

 

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