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ANÉCDOTAS DE SANTOS


Santa Bernardita

 

 

Inmaculada Concepción...

Un día Santa Bernardita, vidente de la Virgen en Lourdes, preguntó a aquella Señora, que hace un tiempo ya veía, cuál era su nombre. La Señora le dijo: "YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN", y así desapareció, dejando en Bernardita esta imagen y ese nombre.

Bernardita, oía por primera vez esas palabras. Mientras se dirigía a la casa parroquial, para contarle al párroco (ya que este le había dado el encargo de preguntar a la visión cómo se llamaba), iba por todo el camino repitiendo "Inmaculada Concepción", “Inmaculada Concepción…”, esas palabras tan misteriosas y difíciles para una niña analfabeta.

Cuando el párroco oyó el relato de Bernardita, quedó asombrado. ¿Cómo podía una niña sin ninguna instrucción religiosa saber el dogma que solo unos cuatro años antes (en 1854 por el Papa Pío IX) había la Iglesia promulgado?

El sacerdote comprobó que Bernardita no se había engañado: era Ella, la Virgen Santísima, la soberana Madre de Dios quien se le aparecía en la Gruta de Lourdes.

 

Humilde, sí; tonta, no

Luego de haber recibido la gracia de la visión de aquella gran Señora que se autodenominó Yo soy la Inmaculada Concepción, sufrió muchas incomprensiones y burlas. Ella, que nunca buscó ni el bullicio ni la popularidad, tenía gran humildad para aceptar todas las contrariedades y solía responder con chispa.
En un interrogatorio, el acalde de Lourdes, sabiendo que, en una visión, había masticado hierbas amargas como signo de sacrificio, para ridiculizarla le preguntó:

    -    ¿Es que la confundieron con una ternera?

Bernardita respondió con ironía:

    -    Señor alcalde, ¿a usted le sirven lechuga en el almuerzo?
    -    Claro que sí – respondió algo desconcertado el alcalde.
    -    ¿Es que lo confunden con un ternero?

 

Como una escoba...

Siendo ya Santa Bernardita, la vidente de las apariciones de la Virgen en Lourdes, religiosa de las Hermanas de la Caridad de Nevers que se ocupaban de la escuela y del hospital, un día una hermana religiosa le enseñó una foto de los lugares de Lourdes y manifestaba la grandeza de haber sido elegida para tan gran don. Bernardita se limitó a sonreír y, con aparente ingenuidad, preguntó:

    -    Hermana, ¿para qué sirve una escoba?
    -    Para barrer.

Bernardita siguió preguntando:

    -    ¿Y después?
    -    Se guarda en su sitio, detrás de la puerta.
    -    Así ha hecho la Virgen conmigo. Me usó y me ha vuelto a poner en mi sitio. Y yo estoy muy bien así.

 

En el cielo no hay envidias

En cierta ocasión, unas compañeras le reprochaban a Bernardita porque rezaba el rosario ante la imagen de San José. Ella les respondió

    -    La Santísima Virgen y San José están siempre de acuerdo y, en el cielo, no hay envidias.

 

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