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TEMOR - TEMOR DE DIOS


Santos

“¿Por qué tienes miedo y tiemblas cuando estás unida a Mí? No Me agrada el alma que se deja llevar por inútiles temores. ¿Quién se atreve a tocarte cuando estás Conmigo? El alma más querida para mí es la que cree fuertemente en Mi bondad y la que Me tiene confianza plenamente; le ofrezco Mi confianza y le doy todo lo que pide.” (Jesús a S. Faustina – Diario 453)

“Existen dos clases de temor: si no deseas hacer el mal, teme a Dios y no lo hagas; si quieres hacer el bien, teme a Dios y hazlo.” (San Serafín de Sarov)

“Preferid más ser amados que temidos. El amor dulcifica lo amargo y aligera el peso insoportable. El temor, al contrario, nos hace intolerables hasta las cosas más insignificantes.” (San Antonio de Padua)

“Si Jesús es una realidad viviente en mi vida, entonces ya no tengo miedo.” (Madre Teresa de Calcuta)

“El hombre no puede alcanzar el temor de Dios sin antes liberarse de las preocupaciones de este mundo. Libre de ellas, el espíritu será impulsado por el temor de Dios hacia el amor de su misericordia.” (San Serafín de Sarov)

“La gran majestad de Dios que me ha penetrado hoy y sigue penetrando, ha despertado en mí un gran temor, pero un temor reverencial y no un temor servil que es muy distinto del temor reverencial. El temor reverencial ha surgido hoy en mi corazón del amor y del conocimiento de la grandeza de Dios y esto es un gran gozo para el alma. El alma tiembla frente a la más pequeña ofensa de Dios, pero esto no le perturba ni le empaña la felicidad. Donde impera el amor, allí todo va bien.” (Santa Faustina – Diario 732)

Biblia

"Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo»." (Mt 17,7)

"En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amamos porque Dios nos amó primero." (1 Jn 4,18-19)

"Ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!" (Rm 8,15)

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