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Oraciones de Santo Tomás Moro

 

Dame Señor

Dame, Señor, un poco de sol,
algo de trabajo y un poco de alegría.
Dame el pan de cada día, un poco de mantequilla,
una buena digestión y algo para digerir.
Dame una manera de ser que ignore el aburrimiento,
los lamentos y los suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado
por esta cosa embarazosa que soy yo.
Dame, Señor, la dosis de humor suficiente
como para encontrar la felicidad en esta vida
y ser provechoso para los demás.
Que siempre haya en mis labios una canción,
una poesía o una historia para distraerme.
Enséñame a comprender los sufrimientos
y a no ver en ellos una maldición.
Concédeme tener buen sentido,
pues tengo mucha necesidad de él.
Señor, concédeme la gracia,
en este momento supremo de miedo y angustia,
de recurrir al gran miedo y a la asombrosa angustia
que tú experimentaste en el Monte de los Olivos
antes de tu pasión.
Haz que a fuerza de meditar tu agonía,
reciba el consuelo espiritual necesario
para provecho de mi alma.
Concédeme, Señor, un espíritu abandonado,
sosegado, apacible, caritativo, benévolo, dulce y compasivo.
Que en todas mis acciones, palabras y pensamientos
experimente el gusto de tu Espíritu santo y bendito.
Dame, Señor, una fe plena,
una esperanza firme y una ardiente caridad.
Que yo no ame a nadie contra tu voluntad,
sino a todas las cosas en función de tu querer.
Rodéame de tu amor y de tu favor.

 


El gusto de vivir

                Felices los que saben reírse de sí mismos,
                porque nunca terminarán de divertirse.
                Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita,
                porque evitarán muchos inconvenientes.
                Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas  porque
                llegarán a ser sabios.
                Felices los que saben escuchar y callar,
                porque aprenderán cosas nuevas.
                Felices los que son suficientemente inteligentes,
                como para no tomarse en serio,
                porque serán apreciados por quienes los rodean.
                Felices los que están atentos a las necesidades de los demás,
                sin sentirse indispensables,
                porque serán distribuidores de alegría.
                Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas
                y tranquilidad las cosas grandes,
                porque irán lejos en la vida.
                Felices los que saben apreciar una sonrisa
                y olvidar un desprecio,
                porque su camino será pleno de sol.
                Felices los que piensan antes de actuar
                y rezan antes de pensar,
                porque no se turbarán por los imprevisible.
                Felices ustedes si saben callar y ójala sonreir
                cuando se les quita la palabra,
                se los contradice o cuando les pisan los pies,
                porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
                Felices ustedes si son capaces de interpretar
                siempre con benevolencia las actitudes de los demás
                aún cuando las apariencias sean contrarias.
                Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
                Felices sobretodo, ustedes,
                si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran
                entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.